domingo, 9 de marzo de 2025

BELLEZA

 


            Aquella noche, cuando llegué, una hilera de pescadores ocupaba gran parte del muelle. Mi mirada encuadró la foto antes de sacar el teléfono móvil de mi bolso: un grupo numeroso de hombres sentados frente al mar, de espaldas al Centro Botín, formando una diagonal llena de fuerza. Cuando tuve el móvil en mis manos comprobé que la batería se había agotado. Decidí volver la noche siguiente. Allí seguirían el museo y el mar; yo esperaba encontrar a aquellos pescadores y captar una potente foto nocturna con la que cerrar mi reportaje sobre la obra de Renzo Piano: el voladizo cubierto de escamas blancas de porcelana nacarada compondría una línea inclinada que llegaría al borde superior izquierdo de la imagen; del vértice inferior izquierdo saldría la línea oblicua sobre la que estarían sentados los pescadores, una recta subrayada por los  discontinuos trazos blancos del pavimento. Entre ambas zonas luminosas se abriría la masa oscura del mar fundiéndose con el cielo nocturno, una V tumbada cuyo vértice estaría en el centro del borde derecho de la foto, atravesada a su vez por una hilera de luces en el horizonte de la bahía coincidiendo, exactamente, con la mitad horizontal de la fotografía.

          Al día siguiente, cuando regresé, él estaba solo. La foto ya no sería la que yo había pensado, pero había caminado hasta allí y debía hacerla.

            La noche era húmeda, fría. Él vestía ropa deportiva: un pantalón de chándal con una línea blanca en los costados y una cazadora acolchada oscura que se fundía en las tinieblas del mar situado al fondo. Llevaba la capucha subida y su rostro quedaba oculto. Yo no podía divisar sus rasgos, no podía leer en sus ojos ni el cansancio ni la ilusión; las líneas de su boca, la flacidez o la firmeza de sus mejillas me quedaban vedadas. Tampoco podía adivinar su edad...

            La noche era ventosa y los otros pescadores, más prudentes, habrían decidido quedarse en casa. Él, en cambio, quizás un poco obstinado, permanecía en su puesto. Independiente, solitario, miraba el mar y, paciente, esperaba que llegase la pesca mientras ponía en orden sus pensamientos: quizás imaginaba un futuro incierto al acabar sus estudios, o una situación de paro tras un despido forzoso; tal vez habría salido de casa después de una discusión familiar; pudiera ser que estuviera disfrutando de unos días de descanso en los que planearía formar una familia, crear una empresa, hacer un largo viaje...

              Era un hombre fuerte  firme frente a las inclemencias del frío y el viento. Si yo hubiera sido escritora podría haber encontrado un personaje, tejido una historia..., pero yo solo era una fotógrafa aficionada. Hice la foto. Él, personaje anónimo de un relato no escrito, se convirtió en el elemento humano de una bella composición geométrica, situado en los dos tercios de la línea inferior izquierda; un bolardo en el punto medio del tercio restante. Diagonales brillantes, la oscuridad atravesada por la horizontal luminosa: dinamismo y sosiego.

            Su foto puso el punto final a mi reportaje sobre este hito arquitectónico: un vídeo de líneas que se entrecruzan, funden y se desvanecen, en el que las personas que allí aparecemos somos paseantes, meros observadores de la belleza, a veces oculta, esquiva, efímera, siempre en espera de que la atrapemos con nuestras palabras o en la retina de nuestras cámaras.

 


 

Centro Botín de Renzo Piano:  https://www.youtube.com/watch?v=UoyP2ILF5dM