martes, 28 de febrero de 2012

EXPOSICIONES EN MADRID II.

     En esta nueva escapada es nuevamente el museo Thyssen el primer destino de mi recorrido. Dejo el autobús en Avenida de América donde cojo la línea 4 de metro. Ya han dado las once en esta luminosa mañana de domingo. Junto a mí, un grupo de tres amigas de edad avanzada, provenientes del barrio de Salamanca, planifican su visita a las iglesias con más solera de Madrid. Impecable peinado en dos de ellas, una combina una chaqueta de leopardo con leggins negros. El traje completo hubiera sido excesivo para la ocasión, opina. Otra, viste bailarinas azules, medias violetas que combinan con el estampado morado de cheviot de lo que supongo un vestido de seda, al que le ha dado un toque más informal con un foulard igualmente morado y "muy especial". La tercera, clásico corte de pelo "a lo chico", mocasines y trenca azul, asiste silenciosa al despliegue de conocimientos que sus compañeras poseen sobre los tesoros que encierran las iglesias de los barrios más castizos de Madrid.

         En la línea  2, que me dejará en Banco de España, hay gran presencia de inmigrantes latinoamericanos y turistas nórdicos. Un acordeonista nos ameniza el trayecto con un tango.

          He ido al museo Thyssen para ver la obra de Chagall, pintor que conocía muy superficialmente. Y he decidido regalarme una audioguía, ser expléndida conmigo misma, que la semana ha sido dura y creo merecerlo. En el mostrador, un plácido joven, quizá cubano, recoge y despacha las audioguías con una calma y elegancia de movimientos que irrita a las jóvenes treintañeras que detrás de mí esperan a adquirir las suyas y que temen no entrar a la exposición a la hora reservada. Reconozco que la excitación previa a estas exposiciones puede alterar el ánimo  a estas jóvenes que expresan, entre ellas, su interés por ver y también aprender algo y acceden  a alquilar otra para su niña de unos 6 años que algo aprenderá también.

          A esta hora la exposición cuenta con muchos visitantes y me llama especialmente la atención el numeroso grupo de niños acompañados por sus padres, algunos de ellos muy ruidosos. A pesar de ello consigo hacer una visita relajada que continuo en la Sala de las Alhajas, esta vez disfrutando de toda la iluminación que la obra de Chagall merece. Es la hora de comer en este país y la visita es tranquila.

          Creo haber entendido y disfrutado esta obra y me quedo especialmente cautivada por los trabajos de ilustración para libros como el dedicado al circo, la Biblia, Las mil y una noches, Fábulas...

          En la Plaza de Sta. Ana espero la llegada de mi hijo para ver el musical Follies del que Marcos Ordoñez ha hecho una crítica elogiosa en El País, totalmente justa con lo que este espectáculo merece. Hasta entonces disfruto del sol de esta tarde, rodeada de turistas ingleses, olor a albondigas y paella y con flamenco en directo.

          Satisfechos del musical, hacemos un pequeño recorido por tabernas centenarias: La Venencia, en la calle Echegaray, bodega famosa por sus vinos andaluces y salazones que me trae recuerdos de las bodegas vistas en mi infancia, y Casa Labra en la calle Tetuán, con sus fritos de bacalao en el mismo edificio en que Pablo Iglesia fundó en la clandestinidad el Partido Socialista Obrero Español.

       El lunes cojo el cercanías en Leganés. Atravieso el campus de la Universidad Carlos III perfectamente integrado en esta ciudad. De camino, me cruzo con riadas de jovenes estudiantes cargando con los recortes presupuestarios en sus mochilas. No translucen sus caras la angustia por la incertidumbre de su futuro laboral. De momento esperarán los resultados del primer cuatrimestre y con mayor o menor entusiasmo afrontarán el segundo. Quizá sus padres se esten preparando anímica y económicamente para recibirles de nuevo en casa con un título brillante y sin salida o para despedirles calidamente antes de su destino en Laponia. 

          Atravesamos Zarzaquemada, Villaverde Alto, Puente Alcocer, Orcasitas...EL sol viste de fiesta las fachadas de las barriadas que atraviesa este recorrido. Detrás se seconde el drama del paro, los eres, la falta de crédito, la ley de despido....

          La mayoría de las mujeres que viajan en este tren leen. Unos y otras viajan reconcentrados, silenciosos, sin transmitir ninguna agitación. Al llegar a la estación de Atocha todos parecen impelidos por una extraordinaria fuerza interior hacia las estrechas escaleras metálicas que, abarrotadas, les llevarán seguramente a estresantes destinos, muy alejados del placer que yo encontraré en el Museo del Prado.

         Son las 9´40 y en la Puerta de Goya ya se han formado colas para entrar en el Museo. A mi derecha dos parejas se saludan asombradas de su encuentro en Madrid. A mi izquierda se reconocen grupos de viajeros procedentes de Granada-"Pues me acabo de encontrar con unos de Churriana.- ¿Quién?- Sabes el hijo del que trabaja en el banco...." Y se ponen al día de su salud, tiempo libre, matrimonios de los hijos...  Y frente al Hotel Ritz y la estatua de Goya esta plaza se convierte en una pequeña plaza de provincias a la que han llegado visitantes de otros continentes y de todas las edades. ¿De todas? No, hoy no hay niños. Hoy es día de escuela.

         De un autobús desciendes alborozadas un grupo de señoras de la tercera edad y tras ellas llega otro del que, bajo la cuidadosa mirada de sus profesores,descienden ¡por fin!, los escolares, que van emparejándose disciplinadamente y ponen una nota de luz y color en este variopinto grupo humano.

          A las 10´15 soy una de las pocas personas que reciben la serena mirada de la "Gioconda del Prado". Me emociono como creo que no me hubiera sucedido delante del original de Leonardo. Supongo que la vigilante que la custodia asistirá imperturbable a un amplio reflejo de emociones que nos convierte a los visitantes, ya desde el momento en  que esperamos a acceder al Museo, en objetos de observación y estudio, tan interesantes como muchas obras catalogadas. Echo en falta mi cámara de fotos, pero el pudor y las normas del Museo me impedirán fotografiar este grupo del que formo parte: los consumidores de arte.

          Vi en octubre la exposición de fotografía de Francesco Jodice, homenaje a los visitantes del Prado, a su variedad humana, social, étnica, de edad y sexo...Sus sujetos parecían posar para la foto. La mirada auténtica del visitante sólo la recoge el cuadro: ahora Mona Lisa y su vigilante.        


 Visito "El vino de la fiesta de San Martin", recientemente expuesto tras su restauración. Disfruto del cuadro y me siento identificada con el grupo que acude en masa a por ese vino que se le ofrece para alegrarle la vida. Hoy día es más variada y sutil la oferta que se nos ofrece a las masas para" ir tirando"

          A las 12´30 me acerco a ver la evolución de los grupos frente al cuadro estrella en estos momentos. Hay más de cinco filas frente a ella. Y llega el grupo de disciplinados niños. Sus profesores, jóvenes y prudentes los colocan al final. Los niños no muestran inquietud por la imposibilidad de ver. Y con la determinación propia de una directora de colegio animo a los grandes visitantes a que dejen pasar a estos otros bajitos  que a nadie impedirán la visión. Amablemente se retiran los grandes adultos y los niños pasan a primera fila. Me despide la mirada interrogante de uno de los niños. 

          ¿Responderán los futuros planes educativos a la labor de formación artística que tantos padres, profesores de educación infantil, primaria y museos están haciendo hoy día. Me temo que no y que los futuros ESOS y bachilleres irán perdiendo progresivamente la formación humanística en favor de una especialización y pragmatismo frente a los que fracasarán todas las espectativas de estos profesionales. Interesan generaciones consumistas y adocenadas. Demósles entonces "El vino de la fiesta de San Martín".

          Decido salir del Museo. Necesito descansar antes de acceder a las 14´15 a la muestra del Hermitage en el Prado. Previamente me he acercado a la cafetería moderna y cara en la que ningún turista encontrará un bocadillo de tortilla de patata y como yo soy turista, me comeré "el mejor bocadillo de clamares de Madrid" en El brillante, frente a Atocha.

          Por fin he visto obras mestras del Hermitage en el Prado. He disfrutado de mi recién descubierto Bellotto, Rembrandt, Tizziano,Caravaggio, Picasso, Matisse,Halls...Al final contemplo la última parte de la exposición acompañada por una conversación en un móvil, de más de 10 minutos de duración, en la que un caballero da instrucciones de como poner a cero el cuentakilometros de un coche, en alta voz e imperturbable ante mi mirada. Me quejo a la funcionaria vigilante que me contesta que no está prohibido hablar por telefono en la sala. ¿Quién enseñará a los niños a guardar silencio en un museo?

          En el viaje de regreso pongo en orden este montón de recuerdos e imágenes que no quiero que el olvido me borre. Después sigo leyendo "Partes de guerra" la recopilación de relatos hecha por I. M. de Pisón sobre la guerra de España cuando MADRID NO ERA UNA FIESTA.